Sagal Ali se crio en el Reino Unido y ahora trabaja para Oxfam Novib en los Países Bajos, en el proyecto Work in Progress. Estas son sus palabras.
Como típica millenial, me enteré de la noticia de la muerte de George Floyd por Instagram.
Mientras bajaba por el feed, vi una imagen de un hombre negro y un policía, y antes incluso de darle al botón de reproducir, ya sabía lo que iba a pasar. Otra vez.
Durante unos días, traté de evitar el tema, y creo que otras personas hicieron lo mismo, en un intento por protegerme mentalmente de más dolor durante el confinamiento. Pero mis pensamientos me lo impedían, e igual de profundas que mis raíces africanas, las heridas del racismo se abrían en mí. Cada vez que esa imagen me venía a la cabeza, tenía una reacción física automática; quería vomitar y llorar al mismo tiempo. Quería estar preparada antes de entrar en el debate, pero nunca puedes escapar de la realidad.
Podía, como muchas otras personas, predecir qué pasaría después de que ese vídeo se hiciera viral. Porque lamentablemente, esta no es la primera vez, y tampoco será la última.
La historia de siempre volvía a repetirse: el clamor público, las protestas, las estrellas negras estadounidenses denunciando la agresión y los y las millenials y liberales más concienciados mostrando su solidaridad. Y, evidentemente, no olvidemos los trolls en las redes sociales. Todo iba según el guion.
Pero lo que yo no había previsto era el nivel de indignación y de rabia; los días de protesta en los EE. UU y por todo el mundo que todavía siguen hoy.
Como cualquier otra persona negra que vive en un país de mayoría blanca, sé que muchas amistades, compañeros, compañeras, vecinos y vecinas blancos quieren ayudar, pero no saben qué hacer o incluso qué decir. Sé que tú, aliado, aliada que callas, sentiste un torrente de emociones y dolor al ver a otro ser humano asesinado injustamente, pero sé que tampoco sabes cómo puedes ayudar, dar apoyo o hablar de ello.
Y también sé, aliado, aliada que callas, que tienes preguntas acerca de lo que está pasando hoy y que tienes demasiado miedo a preguntar porque temes entrar en el debate del racismo; tienes miedo a que te tilden de ignorante por un paso en falso. Pero este no es el momento de callar, aliada, aliado; este es el momento de ponernos en contacto con nuestros vecinos y vecinas, amistades, compañeros y compañeras racializados y aprender y educarnos sobre las experiencias que viven en tu país, porque el quid de la cuestión es que el racismo está en todas partes.
Así que aliado, aliada que callas, permíteme que te cuente brevemente mi experiencia como mujer negra en el Reino Unido.
No me di cuenta de que era diferente hasta los 6 años, cuando una niña con la que iba a primaria cogió a mi mejor amiga del brazo y me dijo:
"Mi papá dice que no deberíamos jugar con gente como tú".
Yo me puse triste, porque cuando tienes 6 años, tu mejor amiga es lo más importante de tu vida. No entendía a qué se refería esa niña rubia cuando decía "gente como tú". Me pregunté qué era lo que me hacía diferente de ella, por qué no podía ser su amiga, y me pregunté con quién se suponía que debía jugar. Ese día volví a casa y mi madre me explicó el concepto de racismo.
A pesar de todo, no puedo decir que haya experimentado el nivel de racismo que otras personas sufren en el Reino Unido o en los Estados Unidos. Como mujer negra, sientes el racismo de forma diferente a como lo sienten tus hermanos negros. No vives con el mismo miedo porque no eres tan a menudo el objetivo de la policía o de las fuerzas de la ley. No te paran y te cachean sin motivo. No eres el motivo por el cual las mujeres se agarran bien el bolso cuando te ven. No eres la persona que hace que caminen más rápido o crucen la calle cuando te ven.
Sin embargo, como mujer negra, eres invisible.
Pero hablemos del hombre negro que crece en una Gran Bretaña blanca, porque George Floyd era un hombre negro y su historia no puede caer en el olvido. Yo crecí en el Reino Unido rodeada de mis primos negros, todos varones, y he sido testigo de cómo se les educó para que pasaran desapercibidos y nunca destacaran, nunca levantaran la voz o caminaran pisando demasiado fuerte. Vi cómo mis tías y tíos controlaban sus cortes de pelo, su ropa, asegurándose de que nada les hacía destacar y que no perdieran ninguna oportunidad por el hecho de ser demasiado diferentes. Todos ellos trabajaron duro, estudiaron y ascendieron en la escalera social británica.
¿No es esta la historia que queremos oír sobre Europa o Gran Bretaña? Una historia que nos cuenta que, si nos esforzamos, si estudiamos, podremos escapar de la pobreza y tener éxito. El sueño del capitalismo. La Gran Bretaña en la que nos hicieron creer. Pero esta no es la realidad de millones de personas negras que viven y respiran cada día en Gran Bretaña.
Así que querido aliado, aliada que callas, dejemos de mirar a los Estados Unidos como si fueran la anomalía y como si Europa fuese mejor. Aceptemos la cruda realidad: muchas comunidades negras en Europa se enfrentan a sistemas racistas y opresivos. Las minorías éticas se ven desproporcionadamente afectadas y mueren de coronavirus en el Reino Unido y en los Estados Unidos. En momentos de crisis, las comunidades negras y las minorías se vuelven todavía más invisibles. Así que, querido aliado, aliada que callas: no nos ignores, no ignores el racismo.
Las protestas en los Estados Unidos no denuncian solamente la violencia policial, sino que reflejan la rabia y las frustraciones que muchas personas negras también sienten en la Europa blanca.
Querido aliado, aliada que callas: siente la incomodidad, edúcate sobre la experiencia de las personas negras y ponte en contacto con las comunidades racializadas. Porque, como Lilla Watson decía: "si has venido aquí para ayudarme, estás perdiendo el tiempo; si has venido porque tu liberación está unida a la mía, entonces trabajemos juntos".