Mucho antes de la aparición de la pandemia de Covid-19, las mujeres, las niñas y las personas transgénero y no binarias ya se enfrentaban a otra devastadora pandemia ampliamente ignorada. La violencia de género constituye una de las violaciones más generalizadas de los derechos humanos, además de una crisis letal de salud mundial. A lo largo de su vida, una de cada tres mujeres (alrededor de 736 millones) sufrirá violencia física o sexual.
La crisis del coronavirus ha socavado los esfuerzos destinados a prevenir y responder a la violencia de género y ha disparado el número de casos de este tipo de violencia en todo el mundo. Sin embargo, solo un reducido grupo de Gobiernos ha actuado con determinación para responder ante la pandemia de violencia de género.
Este año se celebra en todo el mundo el 30 aniversario de la campaña 16 días de activismo contra la violencia de género, lo que representa una oportunidad para celebrar los progresos realizados hasta la fecha y exigir a los Gobiernos e instituciones internacionales que redoblen sus esfuerzos.
Un arrollador aumento de la violencia
Las mujeres y las niñas, incluidas las transgénero, y las personas LGBTQIA+ se enfrentaron a un arrollador aumento de la violencia desde el inicio de la pandemia de Covid-19. En muchos hogares, el coronavirus desencadenó la "tormenta perfecta" de ansiedad social y personal, estrés, presión económica, aislamiento social (incluido el aislamiento con una pareja o familiar abusivo), y un mayor consumo de alcohol y drogas, provocando un aumento de los casos de violencia doméstica. Ha habido más casos de violencia en la pareja en un año que de Covid-19 en los últimos 12 meses
Datos de 10 países muestran cómo las llamadas a líneas de atención telefónica para personas que se enfrentan a la violencia de género o doméstica se dispararon entre el 25 % y el 111 % durante los primeros meses de la pandemia.
Según la Comisión Nacional de la Mujer, la violencia doméstica se incrementó en un 250 % durante los primeros confinamientos en India, por lo que los servicios tuvieron dificultades para cubrir la demanda.
Una encuesta realizada por el Comité Internacional de Rescate en 15 países reveló que el 73 % de las mujeres refugiadas y desplazadas se enfrentaba a mayores niveles de violencia doméstica durante la pandemia de Covid-19.
Cuando los Gobiernos alentaron a su ciudadanía a quedarse en casa para estar “a salvo”, no tuvieron en cuenta lo que esta medida podía implicar para las mujeres, niñas y personas LGBTQIA+ que quedaban confinadas con sus agresores. La pandemia sacó a relucir un secreto a voces: que el hogar no es un sitio seguro para muchas mujeres.
Con la pandemia, el acceso a estos servicios se hizo más difícil, ya que muchas personas asumieron que no estaban operativos, no se desplazaban hasta ellos por miedo a contagiarse, o no podían solicitar ayuda al estar en casa sus agresores durante todo el día controlándoles el uso del teléfono e Internet.
“La pandemia ha profundizado aún más la histórica discriminación por razones de género, lo que ha incrementado la vulnerabilidad de las mujeres, las niñas y las personas LGBTQIA+ a la violencia y el abuso.”
Las mujeres se veían obligadas con regularidad a saltarse toques de queda, confinamientos o instrucciones de permanecer en casa al tener que salir para ganarse la vida, buscar alimentos y agua para su familia, o llevar a cabo las tareas de cuidados que la sociedad espera de manera desproporcionada que realicen, las cuales también se incrementaron a consecuencia de la pandemia. Sin más opción que seguir trabajando, las mujeres se enfrentan al acoso y la brutalidad de la policía y las autoridades militares encargadas de hacer respetar las medidas de control por el coronavirus.
En 2018, 245 millones de niñas y mujeres experimentaron violencia física y/o sexual en la pareja, superando en más de 46 millones la cifra de casos registrados de COVID-19 en el último año.
Se estima que el coste global de las violencias contra las mujeres y las niñas equivale aproximadamente al 2 % del producto interior bruto global (PIB), o 1,5 billones de dólares.
De los 26,7 billones de dólares que los Gobiernos y donantes movilizaron para responder a la pandemia en 2020, únicamente el 0,0002 % se destinó a la lucha contra la violencia de género.
Es probable que estos impactos dejen una huella duradera, por ejemplo, unos ingresos más bajos a lo largo de la vida, una menor contribución a pensiones y un acceso limitado a la educación. Las adolescentes, en particular, se han enfrentado a una serie de problemas que podrían incrementar su riesgo de sufrir violencia de género a lo largo de su vida, incluido el hecho de verse obligadas a abandonar los estudios, ver denegado su acceso a servicios e información sobre salud sexual y reproductiva, y verse forzadas a casarse a una edad temprana; todos constituyen factores de riesgo vinculados a la violencia de género.
¿Es posible acabar con la violencia de género?
Acabar con la violencia de género es posible. Un estudio en 70 países llevado a cabo a lo largo de 40 años ha demostrado que el factor más determinante y consistente para lograr un cambio en las políticas ha sido el activismo feminista. Los movimientos y organizaciones feministas han cambiado la manera en la que vemos la violencia de género, centrando la atención en el problema y promoviendo un sentimiento global, por ejemplo, a través de una explosión de indignación, dolor y solidaridad en conexión con el surgimiento de los movimientos #MeToo, #NiUnaMenos, #SayHerName y #BalanceTonPorc.
Un grupo de mujeres de la comunidad refugiada siria en Trípoli (en el norte del Líbano) lucha contra la violencia de género empoderando a otras mujeres de las comunidades para que hagan lo mismo. Disponen de las capacidades necesarias para escuchar, ofrecer un espacio seguro a las mujeres que buscan refugio, y remitir casos a organizaciones de defensa de los derechos de las mujeres y las autoridades pertinentes. Oxfam y sus organizaciones socias en Trípoli han contribuido a crear este grupo y ofrecen su apoyo. Fotografía: Natheer Halawani
Los 16 días de activismo contra la violencia de género
Esta campaña, lanzada en 1991 por el Centre for Women’s Global Leadership, transcurre anualmente durante 16 días a partir del 25 noviembre (aniversario de la muerte de las activistas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal en la República Dominicana), hasta el 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos. Hasta la fecha, más de 6000 organizaciones de 187 países se han unido a esta campaña global para sensibilizar, generar solidaridad y exigir que la violencia de género sea reconocida como una violación de los derechos humanos.
Desde 1991, se ha logrado un enorme progreso tanto para mejorar la comprensión a nivel mundial de la violencia de género y las causas que la provocan, como para adaptar los marcos jurídicos y de políticas que determinan las respuestas ante ella.
A continuación se muestran los logros más importantes alcanzados gracias a 30 años de activismo para acabar con la violencia de género:
1993
Declaración de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer
1994
Creación de la oficina del Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la violencia contra la mujer
1995
Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Convención de Belém do Pará)
2003
Protocolo de la Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos relativo a los Derechos de la Mujer en África (Protocolo de Maputo)
2008
La Resolución 1820 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unida reconoce la violencia sexual como arma y táctica de guerra
2014
Convenio del Consejo de Europa sobre Prevención y Lucha contra la Violencia contra las Mujeres y la Violencia Doméstica
2016
Lanzamiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, que incluyen una meta para poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas
2019
Convenio sobre la Eliminación de la Violencia y el Acoso en el Mundo del Trabajo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
No podemos esperar otros 30 años para que no se pierdan más vidas
La celebración de los 16 días de activismo constituye una gran oportunidad para que tanto los Gobiernos como los actores internacionales hagan balance de los progresos logrados y cumplan con sus compromisos. Deben centrar sus esfuerzos en las personas supervivientes a la violencia y las que están en primera línea de la respuesta ante ella, y abordar el patriarcado y las causas subyacentes a la violencia de género. Sus esfuerzos deben incluir medidas para lograr lo siguiente:
Las organizaciones y movimientos de mujeres han demostrado que es posible prevenir la violencia de género, y que son quienes están en mejor posición para cambiar la tendencia existente si se les da la oportunidad. A pesar de ello, en 2018–19 tan solo recibieron el 1 % de la ayuda bilateral consagrada a la igualdad de género, que a su vez constituye una fracción de toda la ayuda.
Los esfuerzos para abordar la violencia de género y las desigualdades no lograrán conseguir un cambio transformador si están fragmentados. Es necesario llevar a cabo una serie de respuestas coordinadas e integrales que abarquen varios sectores a fin de garantizar que las personas supervivientes a la violencia tengan acceso a unos servicios efectivos y de calidad.
La manera en la que los países estructuren su respuesta y recuperación económica ante la pandemia determinará si las desigualdades y la violencia de género disminuyen o se recrudecen. Es necesario reconocer y recompensar adecuadamente todos los tipos de trabajo que llevan a cabo las mujeres, en concreto el trabajo de cuidados no remunerado o mal remunerado que recae sobre ellas de manera desproporcionada, como el cuidado de niños y niñas y de personas enfermas y mayores.
Los Gobiernos y las instituciones contabilizan lo que consideran importante, y la recopilación de datos sobre género no se ha considerado una prioridad. Desde el comienzo de la pandemia de COVID-19, la falta de datos de calidad desglosados por género, raza, edad y otras características ha socavado los esfuerzos por cubrir las necesidades de las personas más afectadas por crisis que se retroalimentan entre sí.